PRIMERA LECTURA. Éxodo 32,7-11.13-14.
7El Señor dijo a Moisés:
-Anda, baja del monte, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. 8Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un novillo de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: "Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto".
9Y El Señor añadió a Moisés:
10-Veo que este pueblo es un pueblo testarudo. Por eso déjame: mi ira se va encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti sacaré un gran pueblo.
11Entonces Moisés aplacó al Señor, su Dios, diciendo:
-¿Por qué, Señor, se va a encender tu ria contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano robusta?
13Acuérdate de tus siervos Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo, diciendo: "Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia, para que la posea siempre".
Explicación.
32,7 Con un audaz cambio de enfoque, el narrador nos traslada del valle a la montaña: del barullo de la danza a la soledad encumbrada de Moisés. Dios informa a Moisés de lo que está sucediendo allá abajo. Cambia sutilmente las fórmulas: "tu pueblo... el que tú sacaste...", como distanciándose de la elección y la liberación; al mismo tiempo que hace sentir a Moisés que es miembro de ese pueblo, al que está ligado por la salida de Egipto.
32,8 Es un agravante que hayan cometido el delito tan pronto, apenas nacido como pueblo de Dios. "Novillo" es quizá nombre despectivo aplicado al toro (cfr. Sal 106,19s).
32,9-10 Establecida la culpa, se pronuncia la sentencia: Dios propone a Moisés un nuevo plan para el futuro. Anulará la elección y aniquilará al pueblo, pues no hay esperanza de conversión auténtica. La ira que arde es castigo definitivo, arde hasta consumir. Pero la historia continuará recomenzando en Moisés la elección de Abrahán: "de ti sacaré un gran pueblo" (Gn 12,2). El plan se somete a la aprobación de Moisés: "déjame...", lo cual es darle poder histórico, enfrentarlo con una gran decisión. Rompiendo con su pueblo, Moisés será padre de un nuevo pueblo. Y ¿si rompe con su pueblo?, ¿puede Dios aniquilar también a Moisés? Moisés comprende que ese "déjame" es conferirle y revelarle un poder y es pedirle que no le deje...
32,11 Como Abrahán intercedía a favor de Lot, así ahora Moisés intercede a favor de su pueblo, y su intercesión desborda la alianza. Moisés retuerce las fórmulas: "tu pueblo..., el que tú sacaste...".
32,13 El segundo argumento es más fuerte: la liberación no ha comenzado en Egipto, sino con la salida de Abrahán; no se basa sólo en la alianza, sino en la promesa. Según esa promesa, Dios se ha comprometido a no romper la historia, sino a continuarla en la descendencia de Abrahán. Destruido el pueblo, queda Moisés como descendiente único -como un nuevo Noé-, continuador y nuevo comienzo. Pero si Moisés se solidariza con la suerte de su pueblo y Dios lo hace morir, la promesa y el juramento de Dios se frustran; cosa imposible. Moisés se solidariza con su pueblo, no acepta la excepción (más explícito en v.32) y así intercede eficazmente por el pueblo.
La mención explícita de los patriarcas atrae su figura al presente contexto. Así apreciamos que la alianza del Sinaí no se basta. Siendo bilateral, al ser quebrantada por una de las partes, se quiebra. Necesita un punto de apoyo, externo y más fundamental: es la promesa. La doctrina que desarrollará Pablo se encuentra aquí en germen. La promesa es unilateral y se basa en la misericordia generosa del Señor.
32,14 El resultado es que Dios perdona; Moisés no "le ha dejado". Eso lo llama el Sal 106,23 "plantarse en la brecha". La última palabra es "su pueblo".
SALMO. 51,3-4.12-13.17.19.
3Misericordia, oh Dios, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
4lava del todo mi delito
y limpia mi pecado.
12Crea en mí, Dios, un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
13no me arrojes lejos de tu rostro
ni me quites tu santo espíritu;
17Señor mío, ábreme los labios
y mi boca proclamará tu alabanza.
19Para Dios sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y triturado,
tú, Dios, no lo desprecias.
Explicación.
51,3 Al apelar a la piedad y compasión de la otra parte, implícitamente se reconoce culpable.
51,12 El primero es un espíritu dispuesto; adjetivo al parecer contrario al viento, cuya esencia es moverse. En términos psicológicos y espirituales es un ánimo pronto, decidido (cfr. Mt 26,41).
51,13 El segundo es un espíritu santo; la petición es que Dios "no quite" lo que había dado. Leído en clave davídica, sería el espíritu de profecía, según 2 Sm 23,2. Leído en clave comunitaria, es retirar la condición de pueblo santo, consagrado: Ex 19,6; Is 62,12; anular la elección, rechazar, como muestra el paralelo de 2 Re 13,23.
51,19 "Quebrantado, triturado": hay que retener la imagen hebrea, plástica, vigorosa; nosotros decimos "estoy hecho polvo". Por la traducción griega y después la latina, la imagen perdió su materialidad y se convirtió en el concepto contrición, con su adlátere atrición.
Transposición cristiana.
El salmo 51 es el Miserere, príncipe de los salmos penitenciales. Lástima que se haya desgajado del 50 y que no se haya valorado bastante la epíclesis o invocación al Espíritu. Podemos arrancar de 2 Cor 5,17-21 sobre el "ministerio de reconciliación". Al cual añado unas cuantas observaciones.
En la liturgia penitencial, ordenada al perdón y reconciliación, Dios no condena como juez, sino que se querella como parte. La relación mutua se funda en la alianza, cuya carta es el evangelio. El evangelio posee fuerza de interpelación, de recriminación y querella; pero también ofrece perdón y fuerza para la enmienda. A un examen de conciencia objetivo y neutral se sobrepone la palabra de Dios, en diálogo personal. La reconciliación tiene algo de nueva creación, y el Espíritu se infunde como dinamismo de vida nueva. Se plantea la relación entre culto y justicia.
SEGUNDA LECTURA. 1 Timoteo 1,12-17.
12Qué agradecido estoy al que me dio fuerzas, al Mesías Jesús Señor nuestro, por la confianza que tuvo en mí al designarme para su servicio; 13en mí, antes un blasfemo, perseguidor e insolente. A pesar de eso, como lo hacía con la ignorancia del que no cree, Dios tuvo misericordia de mí; 14y se desbordó la generosidad de nuestro Señor, dándome fe y amor cristiano.
15Mucha verdad en ese dicho y digno de que todos los hagan suyo; "que el Mesías Jesús vino al mundo para salvar pecadores"; 16nadie más pecador que yo, pero, precisamente por eso, Dios tuvo misericordia de mí, para que el Mesías Jesús mostrase en mí el primero hasta dónde llega su paciencia, proponiendo un ejemplo típico a los que en el futuro creyesen en él para obtener vida eterna.
17Al Rey de los siglos, al inmortal, invisible y único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Explicación.
Pablo recuerda su conversión, no para fundar su misión de apóstol (cf. Gál 1,13-17), sino para dar un ejemplo de la paciencia de Dios con los pecadores (12-16). La fórmula mucha verdad es este dicho (17; cf. 4,9; 2 Tim 2,11; Tit 3,8) parece introducir una doctrina cristiana común. Doxología. El rey de los siglos (17), fórmula del judaísmo helenístico. La designación de Timoteo se debió a mensajes proféticos en la comunidad.
EVANGELIO. Lucas 15,1-32 o 15,1-10.
PARÁBOLAS: LA OVEJA Y LA MONEDA PERDIDAS.
1 Todos los recaudadores y descreídos se le iban acercando para escucharlo;
2 por eso tanto los fariseos como los letrados lo criticaban diciendo:
- Éste acoge a los descreídos y come con ellos.
3 Entonces les propuso Jesús esta parábola:
4 - Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la descarriada hasta que la encuentra?
5 Y cuando la encuentra, se la carga a hombros, muy contento;
6 al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles:
- Dadme la enhorabuena! He encontrado la oveja que se me había perdido.
7 Os digo que lo mismo dará más alegría en el cielo un pecador que se enmienda, que noventa y nueve justos que no sienten necesidad de enmendarse.
8 Y si una mujer tiene diez monedas de plata y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?
9 Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles:
- ¡Dadme la enhorabuena! He encontrado la moneda que se me había perdido.
10 Os digo que la misma alegría sienten los ángeles de Dios por un solo pecador que se enmienda.
EL HIJO PRÓDIGO Y EL HIJO OBSERVANTE.
11 Y añadió:
- Un hombre tenía dos hijos;
12 el menor le dijo a su padre:
- Padre, dame la parte de la fortuna que me toca.
El padre les repartió los bienes.
13 A los pocos días, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo como un perdido.
14 Cuando se lo había gastado todo, vino un hambre terrible en aquella tierra, y empezó él a pasar necesidad.
15 Fue entonces y buscó amparo en uno de los ciudadanos de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos.
16 Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, pues nadie le daba de comer.
17 Recapacitando entonces se dijo:
- Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre.
18 Voy a volver a casa de mi padre y le voy a decir: "Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti;
19 ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros".
20 Entonces se puso en camino para casa de su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y se conmovió; salió corriendo, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
21 El hijo empezó:
- Padre, he ofendido a Dios y te he ofendido a ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
22 Pero el padre dijo a sus criados:
- Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en el dedo y sandalias en los pies;
23 traed el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete,
24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y se le ha encontrado.
Y empezaron el banquete.
25 El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de casa, oyó la música y el baile;
26 llamó a uno de los mozos y le preguntó qué pasaba.
27 Éste le contestó:
- Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar el ternero cebado por haber recobrado a su hijo sano y salvo.
28 Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentó persuadirlo,
29 pero él replicó a su padre:
- A mí, en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo, jamás me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos;
30 en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, matas para él el ternero cebado.
31 El padre le respondió:
- Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!
32 Además, había que hacer fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a vivir, andaba perdido y se le ha encontrado.
EXPLICACIÓN.
15,1-10. Respuesta masiva de los considerados como descreídos o irreligiosos, los que no observan la Ley (5,27-32) (1). Crítica de los fariseos (5,30; 7,34); comer con ellos, signo de amistad, intolerable para la teología farisea (7,34); se ventila el principio de si Dios ama o no a los pecadores, es decir, a los que no observan la Ley, y, en último término, a los paganos; en otras palabras, si pone o no como condición para su amor practicar una religiosidad intachable.
Dos parábolas (4-7; 8-10) con la misma moraleja. Apela a la experiencia de sus adversarios (¿Quién de vosotros?); apoyándose en la conducta humana, describe la divina con los hombres: Dios ama a cada uno en particular, sea cual sea su conducta (cf. 6,35s) (4-7); los fariseos, en cambio, prescinden de los que no observan la Ley, pensando que Dios desprecia a los pecadores.
La salvación de un pecador (su respuesta al designio de Dios, 7,29), causa de alegría (7.10). Los justos han frustrado el designio de Dios sobre ellos (5,32; 7,30); no causan tanta alegría (irónico). En el cielo (7), los ángeles de Dios (10), son modos de designar a Dios mismo. De nuevo utiliza Lc la doble figura, masculina (4) y femenina (8) (cf. 13,18-21).
15,11-32. El contenido de esta parábola sobrepasa el de las dos anteriores. El hijo primogénito, figura del Israel/los fariseos; el hijo menor, de los "pecadores/paganos". El pequeño es el hombre sin ley; el mayor, el observante escrupuloso (29).
La experiencia convence al hijo pequeño de su error y lo obliga a recapacitar (17-19). Vuelta del hijo: el padre no lo espera en casa, sale a su encuentro (20); no lo deja acabar la frase que tenía preparada (18s.21); la enorme alegría se manifiesta en el derroche de acogida y de fiesta (22s).
El hijo mayor, en cambio, que ha condenado a su hermano (30), es incapaz de alegrarse por su vuelta. No sabe ser hijo: sirve a su padre y no sabe que todo lo del padre es suyo; vive en su propia casa como un siervo. Jesús retrata la actitud de los fariseos; no se parecen en nada a Dios, porque no saben amar como él (6,36); ponen su orgullo solamente en la observancia; para ellos, Dios no es Padre, sino dueño.
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